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MI BUENOS AIRES HERIDO | Los secuestros y la mutilación de los cautivos colman de horror a una metrópolis donde hoy soplan malos vientos


Argentina, la pesadilla de cada día

Esta ciudad, hasta hace unos diez años, podíaenorgullecerse de su seguridad. Eso se terminó. Ya nadie está seguro en ningún lado


BUENOS AIRES | RAMON MERICA (nota de archivo)


La angustiada vecina del barrio porteño de San Cristóbal abrió el paquetito que le habían dejado en la puerta de su casa y la angustia se le transformó en desesperación: dentro de una pequeña caja, la primera falange de un dedito de su nieto, secuestrado un par de días antes. Acompañando el horror, una misiva donde se explicaba la forma de pago para la liberación del pequeño.

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El próspero proveedor de supermercados sacó a pasear sus perros como lo repetía todos los días de mañana, pero desde hacía cierto tiempo había alguien que estudiaba esos movimientos cotidianos desde detrás de un árbol. Había llegado el momento para atracarlo, y así se hizo, pero el señor había dejado la puerta de su casa en Tortuguitas sin llave, lo cual facilitó la tarea de otros atracadores que nada tenían que ver con el primero pero aprovecharon la distracción del proveedor: entraron en la casa, donde redujeron a la esposa del señor exigiéndole la entrega de todo el dinero que había en la casa, que no era mucho, lo cual enojó mucho más a los atracadores. Después de golpearla y llevarse unos dos mil pesos argentinos (unos veinte mil uruguayos) huyeron, no sin antes anunciar que volverían. Desde la cunita, el bebé jamás se enteró del atropello.

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La añosa jubilada sentía que le había vuelto el alma al cuerpo cuando le llegó la citación notificándole de que tenía unos cuantos pesos para cobrar, luego de los meses de precariedad y de miseria debidas a la espantosa situación económica argentina. Salió a cobrar de su casa de Avellaneda, cartera en ristre (primer error), con la expresión de júbilo acompañada con comentarios sobre ese día tan glorioso (segundo y mayor error). Seguramente fue seguida y vigilada, no notó nada raro en su ida y vuelta de la caja de pensiones, pero la sorpresa ya estaba instalada en su casita: los delincuentes la esperaban en la cocina, donde ella intentó prepararse un té, cosa que nunca ocurrió y que nunca ocurrirá.

TIEMPOS VIEJOS. A los primores arquitectónicos, gastronómicos, artísticos y lúdicos de una gran ciudad, Buenos Aires podía enorgullecerse, hasta hace unos diez años, de ser una metrópolis bastante segura. Si bien como toda comunidad muy poblada tiene sitios que es mejor no pisar, sobre todo a la caída del sol, la gran masa urbana era confiable y se podía caminar libremente hasta altas horas sin padecer sorpresas desagradables.

A nadie se le ocurría internarse en una villa miseria de noche, como a nadie con sano juicio se le ocurre transitar por barrios prohibidos y peligrosísimos como el Liberdade en Lisboa, el Bronx en Nueva York, la Casbah en París o el Río Viejo o una favela en la capital carioca. Tampoco en el Borro montevideano. Ni hablar de Cerro Norte. Eso ya se sabe, pero la franja de seguridad era mucho más amplia que la de otras metrópolis, cosa muy sabida y comprobada por los uruguayos noctámbulos y caminadores.

Eso se terminó. Ya nadie está seguro en ningún lado, y da temor meterse en la oscuridad de una sala cinematográfica o en un vagón de subterráneo porque no se puede saber lo que pueda pasar con poca o mucha luz.

Tampoco se sabe de dónde puede derivar el miedo y la traición. En Blanco Encalada, un par de secuestradores exigió, por seguridad, el pago del rescate por medio de un abogado, cosa que se cumplió, pero los delincuentes nunca se hicieron de los tres mil pesos exigidos. Hecha la investigación, según denuncia de los propios secuestradores (algo inaudito) se descubrió que el dinero había quedado en el bolsillo del abogado. La víctima del secuestro, una señora mayor de buena posición económica, debió padecer seis días de penurias hasta que el hecho se aclaró y el dinero fue a parar a la bolsa de los secuestradores.

SIN LIMITES. Los menores tampoco se escapan de esta ola de violencia. Hace pocos días, una encuesta reveló la tenencia de armas por parte de niños, fenómeno comprobable cuando se denunció un secuestro-express consumado por dos chicos: uno tenía catorce y el otro quince años. "Tenían sólo armas blancas", aclaró el Ministro de Cultura a la noche en una entrevista televisiva.

Tan reveladora como esa aclaración es la permanente advertencia de los porteños a los visitantes a su ciudad. "No se les ocurra ir por el Sur, por allí por Moreno o Balcarce", a metros del legendario Michelangelo, en una época un sitio bastante seguro. "Tampoco tomen taxi en la calle. Si lo hacen, que en el techo diga Radio Taxi, y aun así tampoco es muy seguro. Un vestuarista del Teatro Colón no tuvo en cuenta estas advertencias y pescó un típico auto amarillo en la puerta de su teatro: el chofer tomó por una calle que no era la exigida, y ante una luz roja subió un par de muchachos por las dos puertas de atrás, ante el estupor del viajero. Exigieron ir hasta el cajero automático donde el técnico guardaba sus ahorros, allí se metieron con el atracado adentro de la cabina, sacaron todo lo que había y en una solitaria calle del Bajo bajaron al pasajero y se alejaron en el taxi. "Era una típica entrega", reflexionó el agredido, que agregó: "¿No vieron que cuando uno sube al taxi el chofer se encarga de trancar las puertas desde la dirección? Eso significa dos cosas: o que lo hace para mayor seguridad del pasajero o para que el mismo no pueda escapar. Es algo terrible. Tomar un taxi es entregarse a no se sabe qué".

La solución, para mucha gente que consume taxi permanentemente, es discar el número de teléfono de una empresa o auto en particular, y que lo pase a buscar por una dirección precisa. Aunque en la puerta del taxi esté ese mismo teléfono indicado en la tarjeta, tampoco es seguro: están usando esa treta para que la gente caiga en sus manos. "Lo más seguro es dar una dirección y que vengan a buscarlo, nunca tomarlo en la calle". Malos aires sobre la ciudad ahora con nombre equivocado.

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