VEREDAS DE RAMÓN MÉRICA. Cien años de celebración sin la música de las viejas máquinas
El martes 15 de julio, cumplirá cien años uno de los totems edilicios de Montevideo: la venerable Estación Central General Artigas, obra emblemática de un gran hecedor de belleza de esta ciudad: el ingeniero italiano Luigi Andreoni (1853-1936) quien jamás pudo imaginar que esa obra alcanzaría el centenario sin la música de las máquinas y vagones para las que fue concebida. Aún así, habrá otros sonidos en próximos días en la mole de La Paz y Avenida Paraguay.
Parece – y es – imposible imaginar Montevideo sin algunas de las jocundas invenciones arquitectónicas del ingeniero Andreoni, una personalidad avasallante en la caligrafía visual montevideana, no sólo por la enjundia de sus obras sino también por la diversidad de edificios con que dotó a la capital. Porque no es cualquiera quien puede darse el lujo de acometer obras tan rotundas como una lujosísima residencia particular (Casa de don Félix de Buxareo, 1884, en Avenida Uruguay y Andes, hoy sede de la embajada de Francia); un palacio veneciano como lo es el Club Uruguay frente a la Plaza Matriz, 1885); otra gran masión privada para la familia Vaeza Ocampo, 1887, en Juan Carlos Gómez, pegado al Cabildo, hoy sede del Partido Nacional; elBanco Inglés en 25 de Mayo y Zabala (actualmente UBUR) en 1888; el imponente Hospital Italiano Umberto I en 1889; la Estación Central de Ferrocarril en 1897; el Banco Italiano en Cerrito 428, en 1904 (hoy sede de la DGI), además, como si fuera poco autor del Faro de Cabo Polonio, de la Curia Eclesiástica en la calle Treinta y Tres casi Sarandí, la Escuela Italiana en Avenida Uruguay 1697 (hoy Faculta de Ciencias); el Teatro Stella d´Italia y su propia casa en La Paz y Magallanes. Como anota ciertamente el arquitecto César J. Loustau en su imprescindible
Influencia de Italia en la Arquitectura Uruguaya, 1990, se trata de “una lista apabullante” en la que “prácticamente abarcó todas las tipologías edilicias: vivienda, hospitales, teatros, escuelas, bancos, faros, estaciones de ferrocarril, clubes, etc. Su versatilidad fue sin duda muy grande y su respuesta en cada paso presenta todo el aspecto de una elaboración profundamente meditada y no de una mera fórmula de compromiso para salir del paso”
Influencia de Italia en la Arquitectura Uruguaya, 1990, se trata de “una lista apabullante” en la que “prácticamente abarcó todas las tipologías edilicias: vivienda, hospitales, teatros, escuelas, bancos, faros, estaciones de ferrocarril, clubes, etc. Su versatilidad fue sin duda muy grande y su respuesta en cada paso presenta todo el aspecto de una elaboración profundamente meditada y no de una mera fórmula de compromiso para salir del paso”
LAS RAICES DEL VIEJO MUNDO
Y eso se advierte en cada detalle de esas obras, con culminaciones expresivas en cuanto a resoluciones técnicas y en la cuidadosísima ornamentación, que llega a verdaderos climax de imaginación en los techos de la Embajada de Francia, en la impresionante escalera de la Estación Central, en las loggias del Hospital Italiano o el Club Uruguay, para citar apenas algunos ejemplos, porque todo lo hecho por Andreoni lleva, indesmentiblemente, las profundas raíces peninsulares donde la búsqueda de la belleza es el verbo expresivo bautismal.
Y, sin embargo, como lo anotan muchos de sus seguidores y exégetas, llama la atención que todo ese derroche de gracia y refinamiento proviniera de un ingeniero, no de un arquitecto, sumándose así a otros colegas que también descollaron en la arquitectura, como el suizo Robert Maillart, el francés Eugéne Freyssinet o el más cercano uruguayo Eladio Dieste. Y en el caso de la Estación Central es donde se casan el cerebro matemático del ingeniero y el vuelo de las formas del arquitecto, porque si bien el edificio asombra por su esteticismo de cuño indisimuladamente francés, es en la resolución de los andenes donde irrumpe el técnico al día con las exigencias ingenieriles del fin de siglo Diecinueve.
Esa simbiosis expresiva no siempre fue vista, o simplemente bien vista, ya que hasta no hace muchos años la Estación padeció juicios bastantes severos, y como dice el arquitecto Loustau en la obra ya citada, fue “sumamente criticada: por un lado, su aspecto exterior se veía como un palacio renacentista pese a que su función debía ser la de albergar una estación de trenes (invento que señalaba otra era), y por otro, no acusaba a simple vista la zona de acceso y hall de espera, y la de los andenes, áreas éstas netamente diferenciadas”.
Sea como sea, el complejo ha sido durante un siglo un perfil indesmentible de un Montevideo que se fue, y aunque ya en sus andenes no circulen maletas ni viajantes y las continuas llegadas y partidas sean un sueño del pasado, la Estación será celebrada a partir del 15 de julio, con una serie de actos que si bien no le devolverán su antigua música ni su coreografía oroginal, servirán para reconocer que nadie ignora su condición de querido totem de la capital. En próximas ediciones, se especificará el carácter de esos homenajes (exposiciones, espectáculos, concursos) creados por la Organización Tercer Milenio con los esmeros del caso.
CUATRO SABIOS QUE JAMÁS PUDIERON ALCANZAR EL TREN PERO LO HICIERON MARCHAR
Para dar digno recibimiento a los usuarios de su gran obra, el ingeniero Andreoni pensó en un conjunto escultórico con cuatro grandes de la historia, y así fue que contrató a Giovanni Bertini italiano de Milán (1863-1931) que vino a radicarse a Montevideo
en 1889, donde levantó ese conjunto escultórico que forma parte de la memoria de esta ciudad.
Los cuatro homenajeados son el francés Denis Papin, (1647-1714), que concibió la idea del transporte por medio del vapor de agua; el ingeniero inglés George Sthepenson (1781-1848), que construyó en 1814 una máquina de vapor que, puesta sobre ruedas, arrastraba las vagonetas cargadas de carbón; el físico italiano nacido en Como Alessandro Volta ((1745-1827), uno de los precursores de la Electroquímica, inventor de la pila que se lleva su nombre en 1799; y James Watt (1736-1819) un ingeniero escocés que ideó y perfeccionó la máquina a vapor y que ayudó con sus investigaciones a esclarecer la composición del agua.
Las cuatro estatuas han sido ejecutadas en cemento armado patinado y el basamento también es de cemento.
El grupo escultórico fue inaugurado en el año 1897.
Asimismo, en la entrada principal de la Estación, se yergue una estatua de Artigas obra del escultor uruguayo Juan Luis Blanes (1855-1895) en una ampliación realizada por el escultor italiano Pedro Costa.
La misma fue inaugurada el 15 de marzo de 1978 y existen calcos del mismo original frente a la entrada principal del Banco de Seguros y junto a la entrada del Banco Hipotecario.
en 1889, donde levantó ese conjunto escultórico que forma parte de la memoria de esta ciudad.
Los cuatro homenajeados son el francés Denis Papin, (1647-1714), que concibió la idea del transporte por medio del vapor de agua; el ingeniero inglés George Sthepenson (1781-1848), que construyó en 1814 una máquina de vapor que, puesta sobre ruedas, arrastraba las vagonetas cargadas de carbón; el físico italiano nacido en Como Alessandro Volta ((1745-1827), uno de los precursores de la Electroquímica, inventor de la pila que se lleva su nombre en 1799; y James Watt (1736-1819) un ingeniero escocés que ideó y perfeccionó la máquina a vapor y que ayudó con sus investigaciones a esclarecer la composición del agua.
Las cuatro estatuas han sido ejecutadas en cemento armado patinado y el basamento también es de cemento.
El grupo escultórico fue inaugurado en el año 1897.
Asimismo, en la entrada principal de la Estación, se yergue una estatua de Artigas obra del escultor uruguayo Juan Luis Blanes (1855-1895) en una ampliación realizada por el escultor italiano Pedro Costa.
La misma fue inaugurada el 15 de marzo de 1978 y existen calcos del mismo original frente a la entrada principal del Banco de Seguros y junto a la entrada del Banco Hipotecario.
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